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Wednesday, January 31, 2007

Libre para Predicar - Capitulo Uno - El Señor Responde


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Mi búsqueda de la Verdad, de Dios, comenzó muy temprano en mi vida…

Los recuerdos más tempranos de esa búsqueda son los de la infancia, a la edad de cinco años, cuando me gustaba mirar fijamente a la Luna y sentía curiosidad por ella.

Durante mis primeros siete años de existencia, viví con mis padres y mi hermana menor en las colinas pintorescas de Idukki, un distrito de Kerala, India, en la colonia de una compañía de ingeniería que estaba construyendo en aquél entonces una gran represa en el río del mismo nombre. Mi padre era ingeniero mecánico y con frecuencia era destinado a lugares distantes como Idukki, muy próximos a la naturaleza.

Otro lugar favorito era Uttarkasi, situado muy alto en los Himalayas, donde construían una represa a lo ancho del río Bhagirathi, un tributario del Ganges. Desde Madras, mi hermana y yo visitaríamos a mis padres durante las vacaciones escolares. Deseaba intensamente encontrar la serenidad y la atmósfera espiritual de los Himalayas. Visiones de un encuentro con un sadhu meditador o alguna gran personalidad llenarían mi mente, pero desafortunadamente me tenía que contentar con caminatas cortas en las impresionantes y majestuosas montañas junto a los otros chicos y chicas de la colonia. Nos cruzaríamos con los tribales del lugar y con los nómadas Gujjars que lucían tan frescos, inocentes y despreocupados.

Sin embargo, se podía sentir la santidad del lugar incluso en medio de toda la gente. El Ganges corría justo en frente de nuestra colonia y misericordiosamente fluía en nuestros grifos. Le agradecía al Señor por tener la oportunidad de purificarme en sus aguas y beberlas todos los días.

Fui una niña normal. Me gustaba jugar con mis amigos, y también tuve mi buena porción de debilidades y rarezas que todo niño tiene. Pero también recuerdo disfrutar de mis momentos de soledad. Yo no sé por qué me gustaba estar sola. Mi mente comenzaría a reflexionar y a ponerse grave y serena.

Los momentos de oración en las distintas escuelas a las que asistí en las ciudades siempre fueron mis momentos preferidos, y podía disfrutar por igual tanto de un bhajan Hindú como un salmo Cristiano. Incluso la clase de Filosofía Moral, la cual pocos tomaron seriamente, era algo que siempre esperaba con impaciencia. Estaba ansiosa de guía espiritual.

Tomé muy en serio la máxima Cristiana “Pide y se te dará; busca y encontrarás; llama y se te responderá” Las pocas historias védicas que sabía me hicieron imaginar a Dios residiendo detrás de siete puertas sucesivas. Y en mi mente yo llamaba frenéticamente en la séptima.

Los libros espirituales en la biblioteca de mi Universidad hablaban tan sólo del Brahman impersonal. Dichos libros llegaron a inspirarme en cierto modo.

Las enseñanzas de Mahatma Gandhi me impresionaron hasta el punto de tener cierta influencia en mí, en especial sus intentos de decir la verdad en cualquier circunstancia. Como parte de mi currículo universitario en Sociología, sinceramente traté de prestar servicio social en educación de adultos en los suburbios, pero me preguntaba a mí misma si realmente habría algún beneficio en ello. Ellos también se hacían la misma pregunta. Me toleraban por tratar de hacerles un bien. En realidad ellos tenían mucha más sensatez de la que yo tenía. Me sentía frustrada e inútil.

Me casé a los veinte y para entonces Dios fue misericordioso en revelarme rápidamente el camino para alcanzarlo. Recuerdo estar rezándole para poder tener un marido con inclinaciones espirituales. En verdad sentí la presencia y la guía de Dios en la elección de esposo y los arreglos matrimoniales.

Los mayores lo concertaron luego de un meticuloso escrutinio de nuestros horóscopos para asegurar que seríamos compatibles.

Bajo la vigilancia de los mayores en casa, conocí brevemente a mi futuro esposo. El era un buen creyente que había acompañado a sus padres en uno que otro peregrinaje. Pero lo que me gustó de él es que parecía ser bastante idealista; él tenía gran aprecio por la verdad.

Su padre era recaudador de impuestos; esto le habría dado la oportunidad de aceptar sobornos y recibir “regalos”, ya que todo el mundo quiere evadir impuestos y evitar ser descubierto y castigado por ello. Pero él tenía la reputación de ser muy veraz y honesto y nunca hizo ingresos extras como empleado de la administración publica.

Mi marido sufrió mucho con la muerte de su hermano mayor en un accidente de tráfico en USA. Esa experiencia lo hizo reflexionar acerca de lo efímera que es la vida y estimuló en él un temperamento filosófico.

Esta era la única cualidad que yo estaba buscando. Se sabía expresar, pero era a la vez reservado. Le gustaba leer y escuchar música en sus ratos libres. Cuando le pregunté si sabía tocar algún instrumento musical él me dijo: el tocadiscos.

Luego descubrí que él tenía una biblioteca completa de libros de temática variada, incluyendo temática espiritual y una vasta y ecléctica colección de grabaciones musicales. El estaba preparado académicamente y eso también satisfizo a mis padres.

Nos casamos de acuerdo a los rituales Védicos en las colinas sagradas de Tirupati, Andhra Pradesh en el Sur de India, donde reside el Señor Balaji. Desde el primer día de nuestro matrimonio fue muy difícil olvidarlo a El.

En los primeros meses de matrimonio, aunque seguía cumpliendo con mis rituales diarios de adoración a la deidad, debo confesar que el nuevo estilo de vida, la independencia y la felicidad material me distrajeron. Mi marido, luego iniciado como Vijaya Venugopal Das, era ingeniero de programación en una firma multinacional. Vivíamos en Mumbai, una ciudad moderna y liberal así que tuve la oportunidad de experimentar cierto disfrute material, que contrastó con el estilo sobrio de mi vida antes del matrimonio. De alguna manera, antes de casarme me resultaba difícil sentir entusiasmo por el disfrute material y -sin tener una mejor opción- eso me hacía sentir miserable. Creía ser una desadaptada social, una anormal. Así que ahora, al querer ser “normal” al menos tendría que tratar como fuera posible de “disfrutar” en este mundo material.

Pero pronto comencé a sentirme insatisfecha. El disfrute y el amor materiales tienen sus limitaciones. Yo quería un intercambio de amor ilimitado. Recuerdo que un día le pedí al Señor: ¡Quiero verte! Tenía la esperanza y creía a medias que El, -de una manera u otra- y que a pesar de ser tan caída, respondería a mi plegaria y que Se aparecería delante de mí.

Y sí respondió, aunque de una manera diferente. Esa misma tarde vimos en el periódico el anuncio de un concierto de violín en el auditorio de ISKCON en Juhu, Mumbai. A nosotros nos gustaba mucho la música, especialmente la música clásica y no perdimos tiempo en ir a ese concierto al día siguiente.

Teníamos que pasar por la sala del templo de Sri Sri Radha Rasabihariji antes de llegar a la sala del auditorio y su atmósfera serena me impresionó tremendamente. La murti de Srila Prabhupada era alucinante y las vibraciones espirituales contrastaban con la pasión del mundo exterior.

Pero yo sólo quería escuchar el concierto, aunque de hecho le pregunté a un devoto si podía hacerme miembro vitalicio. Yo creía que la afiliación me garantizaría muchas noches de recital. Sin embargo, ese devoto no me tomó en serio. ¡El me preguntó si yo quería esa afiliación para mi abuelo!

Justo después de esto tuvimos que desalojar nuestro apartamento y nos mudamos cerca del templo. Disfrutábamos de los kirtanas y de los hermosos arotiks de las Deidades, Sri Sri Radha Rasabihariji, como también de las maravillosas samosas prasadam.

Sin embargo yo todavía era escéptica acerca de la autenticidad de ISKCON. Una vez le comenté a mi tía que vive en Mumbai, una señora muy piadosa, que yo prefería la quietud de los Templos del Sur y que encontraba el baile salvaje de los devotos difícil de entender. Su respuesta decisiva cambió mi paradigma y mi vida entera por completo: “¡Pero fíjate en su bhakti!”.

Entre 1982 y 1984 éramos tan sólo visitantes ocasionales, hasta que mi suegra visitó el Templo. A ella le encantó las celebraciones y comenzamos a ir más a menudo.

Finalmente, cuando mi esposo renunció a su trabajo y estaba esperando su visa para ir a un país musulmán del Medio Oriente, comenzamos a visitar el Templo todas las tardes. Dado que en aquel entonces tenía que cuidar de mi hijo de dos años, no podía pasar más tiempo en el templo.

Me estaba comenzando a apegar a las Deidades, y les recé, expresando que ahora por primera vez en mi vida había encontrado algo que me interesaba pero pronto me vería obligada a abandonarlo.

Exactamente un día después un devoto maravilloso -Srila Dasa Prabhu, americano de nacimiento y discípulo de Srila Prabhupada (recuerdo estar asombrada de ello)- se acercó a nosotros y nos preguntó si nos gustaría hacernos miembros vitalicios. Aceptamos de inmediato y fijamos una cita en casa para la mañana siguiente.

Vino a las ocho de la mañana, lo cual era temprano de acuerdo a nuestra norma. Estábamos impresionados por cuán ‘hindú’ y védico era él. Me sentí avergonzada de estar haciéndole preguntasen mis jeans y sin haberme bañado. Pero fue tan amable y no pareció preocuparle mis imperfecciones. Le pregunté acerca de la japa, y también si era necesario que las mujeres vistieran solamente saris. Humildemente me dijo que Srila Prabhupada creía que los saris eran lo más femenino. Eso me convenció, aunque me tomó un tiempo seguirlo por completo. El también habló con mi marido y le manifestó su preocupación de que una vez en el Medio Oriente, no íbamos a poder tener la asociación de ningún devoto.

A la mañana siguiente Srila Dasa Prabhu pasaba por nuestra casa para saber por qué estábamos retrasados para mangala-arotik. Nos encontramos con él a medio camino del Templo. El cantaría muy fuerte en voz alta indiferente de su entorno. Admiraba su devoción.

Una vez él incluso nos escribió una carta mientras volaba a Europa. Lo consideraba un guru y estaba ansiosa de responder, pero, sintiendo que mis intentos de responderle eran insuficientes, nunca llegué a enviarle ninguna respuesta.

Pero estaba decidida a empezar a cantar mis rondas, ofrecer la comida, leer el Bhagavad-Gita. Gradualmente me motivé a hacer estas cosas habitualmente y empezamos a seguir los principios regulativos rogándole al Señor que nos diera fuerza de voluntad. Tuve que derramar lágrimas de sangre antes que cada hito en el camino pudiera ser alcanzado. Por supuesto que contaba con el apoyo de mi marido que también aceptó los principios.

Una vez en el Medio Oriente estábamos realmente necesitados por la falta de la asociación de los devotos. Siempre buscábamos la oportunidad de mandar donaciones a Mandapa Prabhu, el Presidente -de aquel entonces- del Templo de ISKCON en Juhu, y sentíamos la perfección de la felicidad cuando el nos respondía enviándonos un mensaje conciente de Krishna.

No sentíamos la necesidad de cantar dieciséis rondas. Yo estaba cantando alrededor de ocho rondas, y mi esposo dos. Esto cambió cuando mi marido, en una visita oficial a Londres, se encontró con Srila Dasa Prabhu otra vez. A través de su misericordia vinimos a saber que dos y ocho rondas no son algo de qué sentirse orgulloso. Teníamos que cantar dieciséis rondas. Tan pronto como mi marido regresó y con gran emoción me dio la noticia, no perdimos tiempo en comenzar a cantar dieciséis rondas.

Tan sólo dependíamos de los libros de Srila Prabhupada como asociación. A medida que nos íbamos contagiando de su entusiasmo misionario, me sentí más y más obligada a compartir la riqueza del conocimiento que Srila Prabhupada nos daba. Estaba ansiosa de traer algunos devotos a predicar, pero por alguna razón ese deseo no se materializó. No obstante yo misma predicaba a la gente que me encontraba. Muchos lo apreciaron, pero nadie se sintió inspirado a seguir.

Por las tardes con mi marido y nuestros pequeños hijos -Pradeep de tres años y Ananth de seis meses- cantábamos al unísono con las cintas de kirtanas de Srila Prabhupada en frente de una gran fotografía laminada de Sri Sri Radha Rasabihari.

Mi marido cambió otra vez de empleo y tuvimos que mudarnos a un país vecino. Pedimos disculpas por todo este enigma acerca de la identidad de los países y las ciudades a las que me refiero. Esto se debe a medidas de seguridad puesto que en estos países estos son tópicos delicados.

Antes de mudarnos, visitamos la India y fue allí que el Presidente de un Templo del Sur de India nos presentó, en una conversación telefónica, al devoto que terminaría siendo nuestro amado maestro espiritual, Su Santidad Jayapataka Swami Maharaja.

Mientras esperaba en Mumbai por mi visa para reunirme otra vez con mi marido en tierra musulmana, me sentí ansiosa de encontrarme con Jayapataka Maharaja. Pero estaba renuente y nerviosa. Siempre había desconfiado de toda clase de gurus falsos y estaba esperando por un guru real. Estaba convencida de Srila Prabhupada, pero todavía no había conocido ninguno de los actuales maestros espirituales iniciadores.

Leía acerca de Jayapataka Maharaja en sus libros de Vyasa puja y rezaba tres veces al día para recibir su misericordia. Entonces finalmente mi marido me llamó por teléfono para decirme que Maharaja pasaría muy pronto por Mumbai. Por teléfono Maharaja le dijo a mi marido, que estaba en el Medio Oriente: “Tu termina de leer el Bhagavad-Gita y los dos primeros cantos del Srimad-Bhagavatam, e iré para allá”. Maharaja también le pidió a mi esposo que me permitiera ir a visitarlo en Mumbai.

Sentí que era la misericordia de Maharaja en poder ir al templo acompañada por mi hijo de cinco años Pradeep y encontrarme con él tarde en la noche. Normalmente mi padre nunca hubiera permitido algo así. Por algún motivo, mi padre estaba de gira y mi madre era un poco indulgente conmigo.

Me senté a esperar con otros devotos. Aún me sentía nerviosa y con muchas dudas ¿Seré capaz de confiar en él realmente?

Cuando Maharaja llegó y se iba bajando del taxi, todos ofrecimos nuestras reverencias y los demás notaron que él estaba mirándonos a mí y a hijo. Lo seguí junto a los otros mientras él contemplaba el nuevo edificio del gurukula. Cuando él llego frente a los ascensores de la casa de huéspedes para disponerse a subir, sentí que no tenía derecho a seguirlo. No conocía personalmente a ninguno de los devotos, y me sentía muy tímida de pedirles si podía unirme al grupo. Justo en ese instante Maharaja me lanzó una mirada profunda, penetrante y llena de compasión. Y entonces decidí que fuera lo que fuese yo tenía que verlo ese mismo día.

Cantaba ansiosamente afuera de su cuarto, mientras él tenía una reunión sobre algunos problemas entre devotos. Había otros miembros vitalicios esperando también su turno para recibir su darsana. Pero yo tenía prisa. Era un largo viaje de regreso a casa, tarde en la noche y encima de eso enfrentarme a mis padres.

Insistí en que me dejaran entrar y finalmente, luego de consultar con Maharaja, se nos permitió entrar.

Cuando me presenté, él dijo: ¡“Oh, te pedí que entraras y entrastes de inmediato! Y me regaló una flor champak muy fragante. Cuando me senté en el suelo a sus pies, tuve la oportunidad de seguir con mi mirada cada una de sus acciones. No lo podía creer. Ni en el mejor de mis sueños hubiera encontrado a alguien como él. Me di cuenta que era una gran alma, más allá de mi comprensión, ¡un verdadero amante de Dios!

No podía parar de llorar aunque me sentía avergonzada e intentaba contenerme. Por tan largo tiempo he estado buscando a Dios y ahora finalmente he sentido que El existe y que el mundo espiritual es una realidad. El miró profundamente en mi alma a través de mis ojos y yo me rendí a esa mirada…mi primer roce con la eternidad. El tiempo pareció detenerse en ese encuentro con mi padre espiritual.

En un tono de voz muy tierno y compasivo, él me preguntó por qué estaba llorando y yo murmuré, “No es nada, de repente me sentí abrumada”. Me sentía tan incómoda y sucia frente a su esplendor que empecé a preguntarme a mí misma a qué clase de especie humana debía pertenecer yo.

El estaba feliz de oír que yo cantaba y ofrecía comida. Expresé el deseo de servir que había cultivado después de leer el libro de Tamal Krishna Goswami Sirviente del Sirviente: “¿Puedo servirle en el nuevo lugar al que voy a ir?”

Maharaja se sorprendió. Levantó las cejas y miró a los otros devotos. El dijo que tal vez yo podría mostrar a la gente algunos vídeos de Conciencia de Krishna. Mi corazón se encogió. No recibí mayores instrucciones para practicar servicio devocional.

Al marcharme, ofrecí mis reverencias. Maharaja dijo que el Señor Krishna Mismo arregló esta cita. Pero todavía mi corazón estaba insatisfecho por no haber recibido ningún servicio especial qué ejecutar. Increíblemente, como si pudiera adivinarme el pensamiento, cuando todavía mi frente estaba en el suelo, él dijo:”Continúa con lo que estás haciendo que el Señor Krishna te ayudará”. El nos estaba dando a mi marido y a mí su refugio así como se lo pedí en mi carta. De hecho yo ni siquiera sabía que había un protocolo que seguir para tomar refugio, yo sólo escribí esa carta muy espontáneamente.

Cuando me levanté del suelo, satisfecha, encontré su mirada amorosa sobre mí. El me dio laddu prasadam para mi familia.

Finalmente me reuní con mi marido en el nuevo país. Llevábamos a cabo nuestro sadhana diario tanto en la mañana como en la tarde. En la mañana teníamos mangala-arotik y clase del Srimad-Bhagavatam, luego yo continuaría con el arotik de Tulasi Devi y guru-puja y un poco más de lectura. Por las tardes toda la familia observaría el sandhya-arotik y leería el Bhagavad-Gita. En estas latitudes es difícil de encontrar flores para la adoración de la Deidad, pero yo solía dar un paseo con mis dos niños todos los días y clandestinamente tomaba algunas flores del borde de la carretera.

Teníamos una colección de todos los libros de Srila Prabhupada y estábamos obteniendo literatura, música y vídeos del catálogo del Templo de Los Angeles; no perdimos tiempo en encargarlos por correo.

Nuestros gastos, aparte de las necesidades básicas, eran sólo para estas cosas. De alguna manera, por la misericordia de Krishna, incluso nuestros hijos no nos exigían nada para ellos mismos. Nos habíamos esforzado en mantenerlos lejos de cualquier programa de televisión comprándoles los vídeos de las series del Ramayana y el Mahabharata que les gustaban tanto, viéndolas una y otra vez. Se aprendieron el guión de memoria y solían representarse los pasatiempos el uno al otro. Estas series les fascinaban tanto que perdieron el gusto por los dibujos animados de la televisión, de los cuales otros padres luchaban por alejar sus hijos.

Durante las vacaciones en India visitábamos los lugares sagrados y los templos de ISKCON, para así obtener la asociación de los devotos.

Al principio nosotros vivíamos en el mismo edificio del banco donde mi marido trabajaba, y todos los residentes de ese banco eran sus colegas. Éramos totalmente nuevos en el lugar y no teníamos amigos. Pero nuestro vecino inmediato era una persona muy sociable y sin ni siquiera preguntar si nos gustaría o no, se tomaría la molestia de presentarnos a sus numerosos amigos. Él respetaba nuestro estilo de vida y estaba dispuesto a ser condescendiente con nosotros respecto a su círculo social. A la larga le pareció que nuestro proceso no iba a ser del agrado de sus amigos y al final desistió.

Después de un año visitamos Sridham Mayapur y ansiosamente nos reunimos con nuestro maestro espiritual. Le pedí que por favor visitara nuestro país. Su respuesta me tomó por sorpresa: “No iré tan sólo para comer idlis con chutney. Yo sé que puedes cocinar eso muy bien. Sólo si predican y hacen devotos iré” El animó a mi marido a propagar el mensaje del Bhagavad-Gita.

Habíamos estado siguiendo todos los principios regulativos y cantando dieciséis rondas por más de un año, y tentativamente él aceptó iniciarnos durante el programa de pandal del Ratra-Yatra de Kolkata, si tan sólo pudiéramos primero resolver el asunto de la carta de recomendación. Él nos mantuvo en suspenso hasta casi el último momento, incluso después de que habíamos respondido los cuestionarios de iniciación, diciendo que primero tenía que averiguar por qué no habíamos sido enviados con la carta de recomendación.

Fuimos a Kolkata para la ceremonia de iniciación. Mientras esperábamos sentados en el autobús con nuestros dos niños pequeños (Ananth de dos años de edad estaba enfermo con fiebre) yo le rezaba a Sri Sri Radha Madhava que nos ayudaran a ser iniciados. ¡Si perdíamos la iniciación esta vez tendríamos que esperar hasta el próximo año para tener una nueva oportunidad!

Justo cuando estaba perdiendo toda esperanza, un devoto muy bueno nos condujo al pandal. Nos enteramos de que el Presidente del Templo había olvidado darnos la carta de recomendación y que había aprobado nuestra iniciación por teléfono.

El yajna de la iniciación realizado por los niños del gurukula estaba llegando a su fin y nosotros estábamos todavía sentados en la tarima, esperando. Más tarde nuestro Guru Maharaja nos buscó con la mirada desde el escenario principal y nos mostró nuestras japamalas. ¡Él estaba cantando en ellas!

En ese momento hubo un apagón, los famosos cortes de energía de Kolkata. Sentados en la oscuridad que envolvía totalmente a la ciudad, perdí por completo la esperanza de ser iniciada.

Pero al final del programa Jayapataka Maharaja se acercó y nos llamó para subirnos otra vez en la tarima del yajna. Él hizo que un devoto sostuviera una antorcha sobre nosotros. Me sentí aliviada cuando nos dio nuestros nombres espirituales: Vijaya Venugopala Dasa para mi marido y Prema Padmini Devi Dasi para mí -que eran nuestros nombres anteriores pero con prefijos agregados. ¡Al fin mi conexión espiritual! La electricidad regreso después de cinco minutos. Nací en la oscuridad de la ignorancia, y mi maestro espiritual me abrió los ojos con la antorcha del conocimiento.

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